

Leslie Caron oliendo y enrollando puros cerca de su oreja para determinar su calidad. Estudia y conoce el cigarro, sí, ¡pero se supone que una señorita no debe fumarlo!


En diversas citas del siglo XVIII aparecen hombres y mujeres en Europa y América fumando puros en cifras aproximadas. Esto no cambió hasta que los Clubs ingleses para Fumadores deciden permitir la entrada exclusivamente a caballeros victorianos.
A pesar de ello, hubo entre mujeres insignes algunas notables excepciones:



La poetisa americana Amy Lowell llegó a estar tan alarmada ante la inminente estallido de la 1ª Guerra Mundial que almacenó 10.000 puros filipinos por miedo a la falta de suministro (de hecho Manila produce puros de calidad, entre ellos La Flor de la Isabela, desde que los marineros españoles introdujeron semillas de tabaco cubano en las islas en el siglo XVI)

Así pues en el pasado las mujeres que fumaban puros eran vistas como excéntricas y renegadas sexualmente. Así lo apunta Richard Klein en 1993: “…una mujer fumando puros enviaba la señal inequívoca de que había asumido la prerrogativa masculina de experimentar placer en público. Es por eso que los puros resultaban tan adecuados para las mujeres que mostraban su sexualidad en público- gitanas, actrices y prostitutas”.
Uno piensa en Carmen, la heroína de Bizet, que trabaja en la Fábrica de Cigarros de Sevilla y fuma desafiante en una esquina de la ciudad.



Quizás Gigi respetara las normas de la perfecta señorita francesa, sin embargo su creadora, la novelista gala Colette fumaría toda su vida, más emancipada que su propio personaje.
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