viernes, 16 de marzo de 2012

Los últimos Vikingos y el rey Harald



Al igual que tantos hombres fornidos procedentes del norte lucharan como mercenarios con las huestes romanas, también los guerreros vikingos se alistaron en los ejércitos del emperador bizantino a mediados del siglo IX.

A finales del siglo X se creó un cuerpo de élite conocido como la Guarda Varega, que contaba con un gran contingente escandinavo. Sus hazañas fueron legendarias y contadas durante siglos por las sagas islandesas. También las piedras rúnicas de Uppland, Suecia, se refieren a un vikingo que comandeó las tropas del ejército imperial.


No es otro sino Harald Hardraada, perteneciente al linaje del rey Harald Cabellera Hermosa. En 1030 luchó en la batalla de Stiklestad en un intento de recuperar el trono para su hermano , Olaf Haraldsson y antiguo rey de Noruega.


Tras la derrota y muerte de éste, Harald se vio obligado a marchar de Escandinavia sirviendo como mercenario al servicio de varios príncipes rusos, uniéndose más tarde a la guardia de élite varega llegando a luchar en Bulgaria, Sicilia y Siria hasta que en 1045 regresó a Noruega rico y victorioso, líder carismático en su propia tierra.

Su primo el rey Magnus convino que gobernarían juntos y cuando éste murió en 1047, Harald se proclamó rey. Batalló contra el monarca danés Svein Estrithsson durante casi veinte años hasta negociar la paz en 1064.

Fue entonces cuando dirigió sus tropas hacia Inglaterra. En 1066 lideró una flota que atravesó el mar del Norte para entrar en el estuario de Humber y subir por el río Ouse. Se dirigía a York en compañía de su aliado Earl Tostig que se proponía traicionar a su patria. Ya en las afueras de la ciudad les hizo frente la guardia inglesa.


Cuenta la crónica anglosajona que “lucharon contra los invasores y les provocaron muchas bajas, pero gran parte del ejército inglés resultó muerto, ahogado y forzado a huir” Pero las tropas inglesas se reagruparon y cogiendo a los noruegos por sorpresa en Riccall murieron Harald y Tosig en una cruenta batalla y los pocos vikingos supervivientes fueron perseguidos hasta el río. La invasión había comenzado con 300 barcos, solo regresaron 24.


En las afueras de la ciudad de York, agrupadas en el cementerio que rodea una pequeña iglesia de madera, descansan las tumbas de unos hombres jóvenes, con incisiones en los huesos de lanzas, flechas y hachas, en su mayoría soldados ingleses que recibieron cristiana sepultura. Sin embargo no fue hasta 1956 cuando un granjero que cultivaba remolachas a la ribera del rio Ouse se topó por casualidad con los restos de aquellos guerreros nórdicos víctimas de la derrota.


Son los últimos vikingos, osados aventureros que recorrerían una vez más Europa con el casco forjado sobre sus rubias melenas para no volver. Y tras luchar espada en mano, fuertes como titanes, ahora se pudren en tierra extraña sin que tan triste destino a nadie parezca importarle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si te gusta la entrada, te animo a dejar tu opinión. Responderé encantada a los comentarios cada 12 horas, a 1ª hora de la mañana y de la noche.
Hasta pronto!