En la década de los 50, cuando el alojamiento asequible por las carreteras de Estados Unidos aún no estaban en manos de franquicias y cadenas hoteleras, el norteamericano comenzaba a valerse en sus vacaciones de una caravana.
Familias enteras hacían la maleta y se lanzaban a la autopista en sus coches, con un cajón plateado atrás, sonriéndo y cantando con la mirada al frente y la casa acuestas.
Hogares con ruedas, donde muchos recuerdan haber vivido escenas entrañables. Aquellas casitas de asfalto, bautizadas por sus dueños con nombres evocadores y legendarios como Airstream, Manor, Royal Mansion… que aluden a sueños de velocidad, a búsqueda de grandes espacios y sobretodo, a promesas de libertad escritas sobre el horizonte.
El eslogan turístico de la época era “Sea el primero en ver América” y es posible que nunca haya habido otra época en la que los viajes terrestres atravesando los inmensos campos del país fueran tan románticos y despreocupados. Y así fue cómo dejó de ser elitista el placer del viaje, un reflejo más del Sueño Américano.
El Shady Dell RV Park es un diminuto enclave que evoca en toda su gloria el mítico desplazamiento con remolque de aquellos años dorados.
El eslogan turístico de la época era “Sea el primero en ver América” y es posible que nunca haya habido otra época en la que los viajes terrestres atravesando los inmensos campos del país fueran tan románticos y despreocupados. Y así fue cómo dejó de ser elitista el placer del viaje, un reflejo más del Sueño Américano.
El Shady Dell RV Park es un diminuto enclave que evoca en toda su gloria el mítico desplazamiento con remolque de aquellos años dorados.
Situado tras una gasolinera en un desvío de Old Douglas Road, contiguo a un cementerio y a menos de 2 kilómetros de la ciudad fantasma de Bisbee en el corazón de Arizona, descansan 10 remolques de aluminio y un yate varado de madera restaurados hasta el más nimio detalle.
Colchas de ganchillo, sillas de formica, fonógrafos con discos de vinilo de Elvis a 45 revoluciones, enormes radios de esas que se sintonizaban venga a girar y girar un botón, televisores de antena y la imagen en blanco y negro… hacen de esos cubículos encantadores, prodigiosas cápsulas del tiempo.
Nos levantamos temprano, se cuelan tímidos rayos de luz por la cortina. Frente al desierto devoramos una tostada y un café bajo la tela extendida atada al suelo y a la puerta, que mece suavemente el viento vespertino sobre nuestras cabezas.
Nos levantamos temprano, se cuelan tímidos rayos de luz por la cortina. Frente al desierto devoramos una tostada y un café bajo la tela extendida atada al suelo y a la puerta, que mece suavemente el viento vespertino sobre nuestras cabezas.
Hace las veces de porche en un intento improvisado de inventar una sombra en medio de la calma absoluta. No se si se ha parado el tiempo o es que en el sur de Arizona corre más despacio quizás...
De frente, no hay más que el desierto extraordinariamente infinito que nos invita a adentrarnos en la soledad del polvo… Y conducimos a Bisbee, una ciudad minera abandonada, ahora refugio de una comunidad hippie frecuentada por artesanos y bohemios de todo tipo.
A poca distancia, carretera abajo, nos espera la frontera con Méjico. La carretera te acoge, sin importar quien seas, saboreando el sol y la tierra libre y sin ataduras.
A poca distancia, carretera abajo, nos espera la frontera con Méjico. La carretera te acoge, sin importar quien seas, saboreando el sol y la tierra libre y sin ataduras.
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