“Lo siento, Mr. Kipling, pero usted simplemente no sabe emplear el lenguaje inglés. Este no es un jardín de infancia para escritores aficionados”. Con estas "proféticas" palabras, Rudyard Kipling, que ya había escrito uno de los mejores relatos en la historia de la literatura, "El hombre que pudo reinar", fue despedido de su empleo de reportero por el periódico "The Examiner" de San Francisco.
Como son las cosas, el 20 de enero de 1901, ya en la cumbre de su carrera, Rudyard Kipling concedía una entrevista a un reportero del "New York Herald" al que recibiría cortesmente en su casa en Rottingdean, un pueblo pintoresco y acogedor que aún ubicado en el corazón de Inglaterra, guardaba gran parecido con les petites villages de la Bretaña francesa. En aquellos días el escritor contaba con un aspecto de lo más saludable, no parceciendo superar la treintena.
Sus ojos sobre todo destelleaban tras el reflejo de sus anteojos como si de un joven entusiasta se tratara, sonriendo ocurrente, interesado por todo. Conversaron sentados a ambos lados del escritorio, su codo descansaba sobre las hojas con tinta recién escrita, posiblemente emborronando unas letras de su escritura. Gesticulaba con sus grandes manos y de vez en cuando se revolvía en la silla con una risa jovial y sencilla.
Contaba sus impresiones sobre la India, país al que Kipling se refería con extrema ternura. Lo mejor que conocía era el norte, veneraba esa tierra y de ello hablaron durante horas. Y valga como paradoja, se sentía cómodo entre el pueblo ruso "porque ellos son tan Orientales"... siendo un gran admirador de Tolstoi y de sus apasionados personajes.
Era un hombre muy cultivado y gran amante de la música y la literatura. Declaraba sin tapujos el escaso deleite que le producía escuchar obras de Wagner y de Bach así como aceptaba el hecho de detestar abiertamente a Beethoven. En cambio disfrutaba enormemente escuchando a Gounod y sentía gran admiración por Offenbach. También admiraba a Rabelais, Maupassant y por el contrario no encontraba elogio alguno para D'Annunzio y "su ficción erótica ". Estaba lleno de contrastes y duplicidades que hacían de él un caballero singular tan controvertido como carismático.
" Sin duda se debe a mis inclinaciones Orientales " solía decir divertido, ante el estupor y fascinación que causaban aleatoriamente sus palabras en los círculos más selectos.
Amaba con pasión Bombay, lugar donde nació y pasó una infancia feliz:
"Para mí la Madre de las ciudades,
pero nací a sus puertas,
entre las palmeras y el mar,
donde el mundo y los barcos esperan..."
Tras una adolescencia sobria y estricta en Londres y multiples viajes por doquier, volvió a la India para contemplar el espectáculo abigarrado de los caminos y ciudades llenas de miseria y dolor, un mundo tan distinto y distanciado del de los barrios y clubes para británicos que frecuenta por obligación profesional y por pertenencia étnica y social (bailes, polo, fiestas, conversaciones, intereses y dengues de la sociedad victoriana) lo que le alarmaba tremendamente.
Y es entonces cuando se forja como un tajante defensor del Imperialismo tolerando el "paternalismo colonizador" de la metrópoli. Cree firmemente en el Imperio Británico y su misión mesiánica y heróica.
Defenderá tanto la ley como las convenciones "que encarnan disciplina, orden, tradición y sublimación del deber" en base a un romanticismo desfasado más propio de la temprana época victoriana que de los locos años 20.
Lo más curioso es que sus ideas no provenían de prejuicios de clase sino del absoluto convencimiento de que la India necesitaba ser guiada por pautas occidentales.
Cierto día, mientras leía como todas las mañanas el periódico, Rudyard Kipling se encontró con un anuncio en el diario que llamó su atención. Acto seguido escribió una carta al editor del periódico: «Acabo de leer que estoy muerto. No se olvide de borrarme de su lista de suscriptores» Por suerte no moriría hasta el año 1936, años después de recibir el premio nobel y otros insignes honores, tras convalecer anciano en su casa de Londres.
Su obra maestra es Kim en la que relatando las aventuras de un muchacho, nos ofrece un cuadro clásico de los aspectos más pintorescos de la India. Sin embargo fue criticado sin piedad por una sociedad que no le comprendía... "Solo por la calidad de sus historias Kipling cuenta siempre con la complicidad del tiempo que con extrañas excusas le perdona por sus puntos de vista" escribiría W.H. Auden. Así el poeta se mostraba de súbito "condescendiente", entre la adulación y el desprecio, haciendo gala de una sútil ironía.
En mi humilde opinión y tal como apuntara Henry James en cierta ocasión "sus cuentos y narraciones conservan la magia irresistible de los soles tórridos, de los imperios sometidos, de las religiones salvajes y de las guarniciones inquietas" y me fascinan. Nos mostró el exotismo de deidades azules ocultas en la jungla, de calles y ríos de intensos colores, empapados en ricos aromas... Nos habló de un pueblo ancestral entre verdes y ocres, azules y sombras.
Confieso que Rudyard Kipling cuenta con mis simpatías y es que no debe resultar fácil reconciliarse con el destino cuando te toca vivir a caballo entre 2 Mundos tan distintos en tiempos convulsos.
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