martes, 26 de abril de 2016

RELATO: "Killin' time" o el último tipical Western.








Misery no aparece en los mapas, es un pueblo condenado a la arena. No queda oro ni pasto para las reses, hasta el ferrocarril prefirió pasar de largo y arrimarse al desfiladero. No es lugar para echar raíces sino guarida de ladrones, escondite de almas perdidas. Aquí es donde criaturas venidas a menos hacen malabarismos para mantenerse en pie a la espera de un golpe de suerte.

A primera vista, se trata de un día cualquiera, la única calle del Misery permanece desierta e inmóvil salvo por dos potrillos quarter horse que se miran atónitos frente al abrevadero y las notas de una guitarra acústica que flotan en el aire como asidas del mismo cielo. En apariencia, todo permanece en calma aunque la cantina se halle más concurrida que de costumbre. Gringo Watts anda ocioso y lejos de cabalgar de sol a sol envuelto en su guardapolvos, ya va por el tercer whisky. Espera visita y cuando llegue Hogan, no le pillará sobrio. Antaño fueron compinches y hoy ese malnacido viene a rendirle cuentas. Killin’ Time tararea Watts entre trago y trago al compás de esa guitarra invisible que gime con él. Bebe sin ganas, no le queda otra. Cansado de huir, por fin dará la cara y sabe que solo borracho se atreverá a disparar.
  


🎵You were the first thing that I thought of
When I thought I drank you off my mind
When I get lost in the liquor
You're the only one I find. 🎶 



De repente, la guitarra calla sin más dando paso a un silencio tan mordaz como el rojo sol del páramo.

- Venga, Clint, ponme otro whiski – Gringo Watts apoya con rudeza el vaso sobre la barra. 

- Que sea el último, Watts, ya has bebido bastante. – le advierte el cantinero condescendiente. 

- ¡Si es jugo de regaliz! – escupe -. ¿Acaso te ríes de mí? Soy ranchero, no maestra de escuela. 

- Imposible, es Bourbon de primera. Basta de juegos, cowboy y paga antes de que te maten. 

- Estúpido irlandés, a mí no me vengas con brebajes. – Gringo estrella el vaso contra el aparador, hoy no está para bromas y menos si provienen de ese almibarado fantoche.

Con el estruendo, Lupe desciende las escaleras en corsé, enaguas y una liga negra prendida del muslo. Gringo Watts nunca la ha visto medio desnuda, si bien la ha soñado cientos de veces. Lupe se dirige al cowboy contoneando las caderas y con un pañuelo de encaje que se saca del escote, le seca el sudor que le resbala por las sienes al tiempo que le clava las pupilas. Para, acto seguido, parapetarse detrás de la barra al lado de su marido. El yanqui la sigue con la mirada, cada paso le duele. Y canturrea entredientes mientras arrastra una cerilla contra la barba y enciende un Malboro light bajo en nicotina.

🎵And if I did the things I oughta
You still would not be mine
So I'll keep a tight grip on the bottle
Gettin' loose and killin' time.  🎶


-         

- No bajes así, mujer – alza la voz, socarrón, el tabernero. – Todos te desean y eres solo mía. 

- Chicos, pasa algo. Me asomé a la ventana y aunque apenas es media tarde, el sol se puso de un chasquido y de no ser por la lámpara de queroseno estaríamos a oscuras. No cantan las cigarras ni el lobo aulla a la luna perezosa. Además, alguien está haciendo señales de humo desde la colina y hace décadas que deportaron a los navajos - la beldad de Misery suspira y sus senos se inflan como accionados por un resorte -. Huele a muerte y me niego a dejar este mundo sin saber qué hay de interés en Iowa, tan secreto, que nadie quiere decírmelo. 

- Ni viviendo cien años lo descubrirías, solo hay polvo y moscas – Watts bromea en alusión al monótono medio oeste – Un día te llevaré a ver el mar, muñeca y subiremos a los rascacielos. 

Testigo de su complicidad, a Clint le hierve la sangre. Celoso, desea que Hogan entre de una vez y acribille a Watts ahí mismo. Fue él quien le dio el chibatazo, delató al gringo por mirar a su hembra como a un pastel de zarzaparrilla. Claro que no contaba con que el telegrafista le pondría sobre aviso. Mal hecho, ya ha pagado su indiscreción con el cableado enroscado al cuello a modo de torniquete. Hogan se retrasa y en Misery la puntualidad se lleva a rajatabla. Si toca llover, pues llueve. Si el coyote ha de zamparse una gallina, descuida que lo hará después de las tres y no antes, son las normas. El caos, dentro de un orden. Imprecisiones, las justas. El traidor consulta su selecto reloj de bolsillo y constata que se le paró hace tiempo. Menuda baratija luce, ni que le hubiera tocado en una tómbola. Las manecillas marcan las seis y tres, una hora anodina que coincide con el cese abrupto de los acordes y la conversión del licor en un jarabe dulzón e insípido. Se trata de Ginger Ale, de ahí que hasta tenga burbujas. En plena confusión Gringo busca una caricia en los ojos de Lupe. La encuentra. Se muere por besarla y susurra como poseído.


🎵This killin' time is killin' me
Drinking myself blind thinkin' I won't see
That if I cross that line and they bury me
I just might find I'll be killin' time for eternity 🎶


-     
¡Seréis zoquetes! ¿Aún no os dais cuenta? – emerge del rincón un forastero algo aturdido, anoche la partida de póquer acabó en trifulca y recibió un tremendo gancho de izquierda.

- ¿Qué hace éste todavía aquí? ¿No estaba de paso? - espeta Clint que se remanga amenazante -. Largo, DJ, no quiero tramposos en mi establecimiento.

- Así que ya no soy bien recibido. Tiene gracia que ayer mismo no le hicieras ascos a mi dinero.

- Esfúmate – chista Lupe al viajante -. DJ ya se iba – media entre los dos, intenta ganar tiempo.

- ¡Despertad de una vez! – DJ insiste – A ver, cómo explicároslo… Gringo, intenta recordar. A ver, ¿qué le hiciste a Hogan? Ni idea ¿verdad? Porque solo tienes presente, el resto es una mentira. El tal Hogan, un extraño y vuestra supuesta enemistad, pura pantomima.

- ¿Por qué habríamos de creerte, DJ? Si eres un puto negro. Y además, tramposo.

- Al menos sé qué hago aquí, al principio me pareció divertido. No me trajo un guión de mierda, vine porque quise. Compuse la banda sonora. Yo, ¡qué no soporto el country! Y accedí al cameo por hacer la gracia, para emular a Django desencadenado y jugar un rato a los vaqueros. De renunciar, ahora estaría Lebron atrapado en una taberna de cartón piedra y yo de fiesta en Miami haciendo mushups fumado hasta las orejas. Allá sí que corre el alcohol y no el aguachirri que sirves, mamón. Y olvídate de la chica, eres el feo y el malo juntos. ¿En serio, no sabes cómo va esto? Así funciona, ella se queda con el gringo. Y tú sobras, pendejo.

Por supuesto, nadie cree a DJ. Y Clint, fuera de sí, le cose a balas de fogueo.

- Ah! – DJ agoniza - Seré capullo. – se lamenta después de muerto -. Debí exigir un doble para las escenas de tiroteo – le rematan. – Atentos a mi perfil bueno - se retuerce hasta desfallecer.

Tomo nota, es chungo palmarla en el Salvaje Oeste, el sheriff nunca viene cuando le necesitas y hace un calor de cojones. Y en un cine de barrio improvisado, solo provistos de un proyector Bell&Howell de CinemaScope tan cutre... En efecto, Lupe, huele a muerte. Pues no hay olor más nauseabundo que el que desprende en su combustión la tira de celuloide. A todo esto, ¿dónde estarán los extintores?


🎵This killin' time is killin' me
Drinking myself blind thinkin' I won't see
That if I cross that line and they bury me
I just might find I'll be killin' time for eternity. 🎶


* Para Santos, mi padre y el mejor compañero para este gran viaje. 




martes, 19 de abril de 2016

RELATO: "Casanegra".








Como cada domingo, Rick se recorría el barrio residencial en bicicleta repartiendo periódicos por todas las parcelas. Los lanzaba con un estilo peculiar, describiendo una parábola tan perfecta que no lograría interceptar ni el mejor pitcher de los Medias Rojas. Claro que aquella mañana no se esmeró en el tiro como tenía por costumbre, tenía que hacerse oír en medio de aquel idílico bienestar de anuncio. Ni siquiera se entretendría en golpear en el capó a los flamantes Chebrolets que encontrara a su paso. Porque aquella madrugada había pasado algo importante, en la portada del New York Times relucía un notición de primera: Men walk on moon!!!  Clamaban los titulares, esos mismos que Rick transmitía a voz en grito. Un torpedo con rizos, camiseta a rayas y pantalones cortos que dejaban a la vista unas rodillas llenas de costras y unas pantorrillas tan suaves como el beso de un bebé. Jadeaba de puro júbilo, no pasan cosas así todos los días. A lo Miguel Strogoff, se creía el mensajero. Ni que viniera pedaleando desde Cabo Cañaveral.

Y no habría parado hasta aparcar la bici en su desolada marquesina de no ser por el silbido de Louis que le llamó en pijama, algo desmejorado en los últimos tiempos y pálido como un cadáver. Asomó medio cuerpo por la puerta principal en un estado de alerta obsesiva, cercano a la paranoia, que combinaba muy bien con la fachada gris oscura casi negra del fúnebre color de la desesperanza. Siempre fue un poco maniático, pero por lo visto, aquello había ido a más. Flaco, desabrido. Miraba con aprensión como lo haría un búho en plena noche girando sin descanso las pupilas, clavándolas como punzones. Aun así, Rick se le acercó tan campante. Siempre agradecía unas palabras amables, lo cierto es que odiaba estar solo. De modo que adolescente y treinteañero entablaron conversación.

-          Oye, chico. ¿Es verdad lo que dicen?
-          Pues claro, Louis. ¡En qué mundo vives! - Ante el asombro de Lou, el niño insiste - . Hemos llegado a la luna, ¿no lo has visto por la tele?
-          Entonces esto lo cambia todo. ¿No te das cuenta? Si de verdad ha ocurrido, nos enfrentamos a una crisis mundial sin precedentes.
-          Qué va, si es alucinante. Pronto aterrizaremos en Marte como el Capitán Scarlet.
-       No te haces cargo, Ricky. Verne ya anunció que pasaría, ese tipo fue un visionario. Sus novelas están repletas de profecías. En “Robur el Conquistador” ya volaban helicópteros y aparecen transatlánticos en “Una ciudad flotante”. Hasta recreó el cine sonoro en “El castillo de los Cárpatos” y acertó de pleno, todo ha pasado.
-          Venga ya, Lou, tu escritor solo era un tipo con suerte.
-          Vale, no practicaba magia como Rasputín ni predijo guerras como Nostradamus pero era un clarividente. Ese hombre era capaz de contemplar el más allá como si manipulara una bola de cristal y veía el futuro tan nítido que podía olerlo. Si hasta auguró la conquista de los polos en “La esfinge de los hielos” y el descubrimiento de las fuentes del Nilo en “Cinco semanas en globo”.
 -          Que Verne tuviera o no superpoderes, eso ya no importa. Que te hablo ¡¡¡de conquistar las estrellas!!!
-          Tiene que ver y mucho. Si soñó con viajar a la luna y ha pasado, por las mismas, otras historias de ciencia ficción podrían hacerse realidad…
-          Ojalá, menuda aventura. 
-          Te equivocas, Rick. No sería agradable, en absoluto. Es más, deberías estar temblando solo de pensarlo. Si otras historias fantásticas ocurrieran aquí y ahora... Créeme, sería una auténtica locura. Si damos crédito a los relatos de Isaac Asimov, George Orwell, H.G.Wells, Arthur C.Clarke o Ray Bradbury… Prepárate para lo peor, chico, se avecina el apocalipsis.
-          ¿Entonces podría venir King Kong y pisar edificios?
-      Por supuesto.  También podrían despertar los muertos y atacarnos marcianos de todos los colores.
-          Uuuauh, molaría.  
-          No es tan difícil, hasta podría estar en marcha una invasión de ladrones de cuerpos y no darnos cuenta. Tu padre, sin ir más lejos. ¿Siempre fue así de serio? ¿A que no? Pues eso explicaría que de un tiempo a esta parte…
-          Eh, tú. ¡Cuidadito con lo que dices! Que mi padre solo está pasando una mala racha y si bebe es porque le duelen las muelas.    
-          Ya no jugáis al béisbol en el parque.
-          Bueno. ¿Y qué? Ya soy mayor.
-          Tal vez ya no sea él y te lo hayan cambiado por un alien en plena noche.
-          ¡¡¡Mientes!!! Estás enfermo.
-          Ni hablar. Mira a toda esa gente con sus sonrisas tontas. ¿Lo ves? En comparación, soy el más cuerdo de todos. Ahí los tienes, tan despreocupados, tan felices.  Desentendiéndose de lo trancendente, disfrutando del maldito sueño americano. Si supieran que en cualquier momento podría estrellar un meteorito contra La Tierra no perderían el tiempo paseando al perro. ¿No crees?
-          ¿Lou, estás seguro?
-          Completamente. Y la llegada a la luna no es sino el principio. 
-          Caramba, tanto ahorrar para un Chevrolet y resulta que se acerca el fin del mundo. Cambio de planes, mejor me empacho a helados.
-          Espera, que me calzo las deportivas y te acompaño. Si comenzó la cuenta atrás, por qué no darme un último capricho antes de que me aplasten como a un tulipán.

Lou consiguió a duras penas salir de casa con la camiseta desbocada de Superman después de cuatro meses de enclaustramiento sin atreverse a salir ni tan siquiera al buzón del correo. Rick ya nunca más esperaría inútilmente a su padre en el porche botando contra la pared la pelota de pitcher durante horas. Ambos caminaron hasta el quiosko de la playa al paso de Lou que arrastraba las zapatillas charlando sobre el avistamiento de platillos volantes y vestigios de civilizaciones perdidas. Se embarcaron en la búsqueda de un diccionario inglés-élfico y de un detector de metales teledirigido capaz de localizar bajo la arena restos de barcos vikingos.

Han pasado doce años y todavía hoy siguen siendo colegas. Tienen bastante pinta de frikis con los ojos como platos tras sus impertérritas gafas de concha. Rick lleva coleta y el emblema de Gotham tatuado en el brazo. A Lou ya le clarea el pelo, por eso se cubre la cabeza con una gorra de los Gremblins. Desde que estrenaron Encuentros en la tercera fase suelen acudir juntos al cine, provistos de papel y boli dispuestos a tomar notas. Están convencidos de que las películas de Spielberg guardan toda suerte de mensajes encriptados. Están al corriente de cada mito o profecía, aunque su máxima prioridad ahora es el inminente ataque de un ejército zombi.  Son radioaficionados, adictos a los bagles con salmón y queso. Trabajan de empleados en un videoclub del barrio y juegan a Dragones y Mazmorras hasta el amanecer.


Pues el alunizaje fue el detonante, sin duda revolucionó el mundo entero. Un pequeño paso para el hombre y en cuanto Rick y Lou fue mucho más que eso. El puto génesis, la milla cero. El principio de otra gran amistad... Esta vez, en Casanegra. Se repite la historia, otro Rick y otro Louis que esquivan la soledad fumando gauloises en el aeropuerto. Avistamiento de ovnis, aeroplanos furtivos... Más de lo mismo. Tendrías que escuchar sus malditos chistes, todos en blanco y negro.






martes, 12 de abril de 2016

RELATO: Poco ruido y menos nueces.








Helga llegó a Templehof, residencia de niños sin hogar la víspera de Navidad vestida con un pichi a cuadros y unos zapatos de charol color cereza que desataron entre los huérfanos todo tipo de comentarios malévolos con un denominador común: Esa niñata no es de los nuestros. Ciertamente, sus pies parecían piruletas y tan golosos resultaban a la vista que el pequeño Karl se acercó a gatas para lamerlos y decepcionado, le dio por hacer pucheros. Pues aún sabían a cera de abeja con la que su antigua doncella les proporcionó tanto lustre, 

-          Has hecho llorar a Karl. – El gigantón de Klaus se encaró con la princesita.
-          Eso le pasa por arrastrarse como un perro. – Helga no se amilanó lo más mínimo.
-          Serás engreída…  – Klaus era el mayor, hablaba por todos –. Niñata, vuelve a tu castillo.
-          Eso. ¡Largo! – Le secundaría Helmut en su labor de esbirro confeso.

Esta claro que entró con mal pie, su primer día no pudo ser más desafortunado. Con el acento bávaro y esos andares de muñequita pronto la llamarían Sisí y arrancarían en cantos tiroleses cada vez que doblaba la esquina. Llegó la comida de Adviento y la niña de Munich continuaba siendo el foco de todas las burlas.

¡Crac..., crac..., crac!...; estúpidos ratones..., cuánta tontería; ¡crac, crac!...; Partida de ratones..., ¡crac..., crac!..., todo tontería.

A cada ausencia de la cocinera que no paraba quieta, sus compañeros de mesa le aplastaban una patata asada, le birlaban el pan o le pisaban la servilleta hasta que la nueva ya no pudo más. Entonces se puso en pie y presa de rabia y orgullo, agarró el jarrón de margaritas que coronaba el mantel y lo estrelló contra las losas del suelo tapándose la cara con ambas manos para luego escapar a recluirse en un recodo desolado del descuidado jardín trasero. Dejaba atrás las voces de los niños que la increpaban. Y como en el cuento, pronto despertarían los ratones…

Tocó tres veces una campanilla y gritó al tiempo: ¡Confitero!.. ¡Confitero!... ¡Confitero!... Instantáneamente cesó el tumulto; cada cual procuró arreglárselas como pudo.

-          Basta, Mequetrefes – Acudió la cocinera -. Otra trastada ¡y os quedáis sin postre!

Dicho esto, dejó la bandeja repleta de hojaldres sobre el aparador y siguió a Helga  hasta el viejo fresno donde se había parapetado la cría en busca de calor si bien temblaba de miedo y de frío pues tras el otoño y sin sus hojas de cobre, el leñoso grandullón ya abrigaba un poco menos. A Helga se la veía tan diminuta bajo las ramas desnudas que la cocinera se sentó a su lado y sin mayores preámbulos le entregó una nuez dorada.

"Hum..., hum..., ¡ah!..., ¡ah! ¡Eso sería cosa del diablo!" Al fin, echó al aire la montera y la peluca, abrazó a su primo con entusiasmo y exclamó: "¡Primo, primo! Estás salvado; te digo que estás salvado; si no me engaño, tengo en mi poder la nuez Kracatuk".

-          Feliz Navidad, Helga.
-          ¿No estás enfadada conmigo? Creí que vendría a reprenderme.
-          Toma, es la nuez Kracatuk – Ante la cara perpleja de la niña, prosigue – Al sur de la Selva Negra todos los niños la conocen.  
-          ¿La del cuento de Cascanueces?
-        Pues claro. ¡Cuál sino! – Dejó escapar un suspiro y se armándose de paciencia continuó su perrorata -, Hace muchos años, por Navidad precisamente, vino un forastero a un pueblo montañés de la vieja Bavaria con un saco lleno de nueces que vendía baratas. Delante de la puerta del zapatero remendón empezó a reñir con el vendedor de nueces del pueblo, que le atacaba, molesto porque el otro vendiera su mercancía, y para defenderse mejor dejó el saco en el suelo. En el mismo momento un carro muy cargado pasó por encima del saco, partiendo todas las nueces menos una, que el forastero, riendo de un modo extraño, le dijo al zapatero que se la vendía por una moneda de plata del año 1720. Sorprendente le pareció encontrar en su bolsillo una moneda justo de aquel año; compró la nuez y la doró, sin saber a punto fijo por qué había pagado tan caro una simple nuez y por qué la guardó luego con tanto cuidado."
-          Paparruchas. ¿No pretenderá que me trague semejante memez? Ya soy mayorcita para creer en duendes y habichuelas mágicas.
-          Debería dar cuenta de tu rabieta a la directora pero lo dejaré pasar, solo por esta vez, a condición de que guardes bien la nuez y vuelvas al comedor como si tal cosa.
-          Lo sé, me he portado como una estúpida. Pero es que me hostigan de tal forma…
-      Igual que Fritz, el hermano de Marie, rompiera el cascanueces en el cuento navideño de Hofman y el padrino de la niña lo arreglara con un sortilegio, tu jarrón también está enterito, la nuez lo ha recompuesto. Entra ahí e ignora a Klaus que viene a ser nuestro rey de los ratones y pronto comprenderá que eres una más, tan desdichada como ellos.
-          Pero ¿y si me…?
-          Ten paciencia, no son malos chicos. Sienten la misma ira que tú porque su vida se ha ido al traste. Te suena ¿no? – A lo que la muchacha asiente - Ahora otra pelea y estás perdida, Helga. Es tu última oportunidad, ¿entiendes? Si contravienes de nuevo las normas, alguien dará parte de ti a dirección y sabrás lo que es disciplina… Cuéntate los dedos, diez exactos ¿verdad? Pues créeme, no querrás saber para qué usa froilain Smidt las tijeras de podar en su despacho…
-          ¿Por qué me ayuda?
-          Yo también llegué aquí de niña, desde Munich con flores bordadas en el pichi, dos trenzas enlazadas y arrastrando ¡cómo no! esa maldita erre. Pero todo aquello quedó atrás, ya casi ni me acuerdo – Dette se encogió de hombros y mentía, por supuesto.

Helga entró en razón y volvió al comedor para retomar la comida tiempo atrás, minutos antes de que la cocinera sirviera el estofado. Mientras, Dette seguía sentada bajo el árbol centenario, el mismo que una vez sorbió sus lágrimas hace doce años cuando añoraba el blanco edelweiss y la nevada cumbre del Matterholt emergiendo de entre las nubes bajas.

¿Quién boga por el lago de las Rosas?... ¡El hada!... Ondas del torrente, agitaos, cantad, observad... El hada viene. Ondas rosadas, agitaos, refrescad, bañad.

Dette se desprende del guante y se chupa el muñón del dedo. De sobra sabe que en el orfanato salen muy caros los berrinches. Pero no está triste, todo lo contrario. Sobrevivió a aquel infierno, es lo único que importa. Se quita el otro guante y la cofia, también se desanuda el delantal decidida a no volver jamás ahí dentro. Y es que una vez cedida la nuez krakatuk, ha cumplido su deuda. Respira hondo, por fin puede marcharse de ese horrible lugar. Cruza la verja que chirría como el primer día, ya nada la retiene allí. Titubea… No, ni siquiera Helga. Marcha a hurtadillas, cual fugitivo. Huye como llegó, solamente con lo puesto.

¡Tac, tac, tac!; todo debe sonar con poco ruido...; el rey de los ratones tiene un oído muy sutil...

Se va en silencio, salvo por el crujir de esos zapatos del mismo cálido tono que la calabaza madura a los que nunca renunció así pasara toda una década. Auf Wiedersehen, TemplehofA cada paso rasga las hojas secas sin apenas dejar huella en el suelo mullido. Tras de sí, solo quedará aquel intenso aroma a estofado que deliberadamente derrocha pimentón y acaso una nuez dorada en un bolsillo a cuadros. Poco ruido y menos nueces... Mira atrás y no siente nada. 







martes, 5 de abril de 2016

RELATO: "El héroe de los ratones".





En mi caso, sargento, duele remontarse a la juventud. Por aquel entonces era un muchacho avispado, ambicioso, un galán insaciable. Releía los ecos de sociedad, emulaba a Rodolfo Valentino. Un maestro del engaño, un orfebre de la seducción. Mi arte, robar pensamientos para luego venderlos al mejor postor.

No me malinterprete, agente. Mis únicas armas eran una bicicleta Folmer & Schwing de color verde botella que encontré frente a un pajar y mi célebre cámara Graflex de 4x5 pulgadas que gané al póquer. Asimismo, contaba con un porte magnífico y una sonrisa radiante que acostumbraba a lucir en actitud despreocupada junto con una pitillera de plata presente de mi más sonada conquista. Lo cierto es que poseía un don, una vez cogía el cigarro entre los dedos índice y corazón me tornaba irresistible. Y con semejante carta de presentación, comprenderá que fuera bien recibido en los ambientes más selectos. Naturalmente, desconocían mi modesto origen. Figúrese, el hijo de un carnicero alternando por lo fino. Divulgué el rumor de que tenía sangre sajona y un ancestro cruzado que a la par de encumbrarme, justificaba tanto mi acento norteño como esos modales poco pulidos que causaban furor entre las damas. Y créame, funcionó por un tiempo hasta que, aborrecido de tanta lluvia, abandoné la isla y me trasladé al continente.

Deleité en París, fasciné en Lisboa, en Florencia causé sensación… Supe que cautivaría en cualquier parte. De modo que me aventuré en busca de sol, Venecia sería destino. Asistiría a La fete de Venise en el Palazzo dei Leone. Atravesé la columnata con tal arrogancia que el propio embajador inglés acudió a mi encuentro. No me considero un gigoló, me veo más como un íntimo amigo. Accedería a ella, me colgaría de su brazo y una vez a su vera, sería mi bella marioneta y despilfarraríamos hasta la ruina.

El palacio fue adornado para la ocasión con sorpresas, excesos, cascabeles y damascos. Los camareros servían cordiales y refrigerios exhibiendo pecho y torso tras una hoja de parra. Hermosos Adonis o si lo prefiere, agente, Adanes del paraíso. Pues aquel recinto embelesaba de tal forma que salpicado de orquídeas y el siniestro deslizar de Najas Siamensis semejaba en su conjunto a la mismísima jungla. Pequeñas guaratingas aleteaban con dificultad esquivando los quejidos del arpa de boca vietnamita, los suspiros de una flauta de bambú como en Jaipur y el sobresalto del Hang Drum manchú que anunció la llegada de nuestra anfitriona, la Marchesa, a eso de la medianoche. Ahí estaba Luisa Casati, genuina, pura llama. Pelirroja y esbelta, heroína de novela, musa de pintores. Todo ojos, los llevaba perfilados en gena y mojados en belladona haciendo de sus iris dos lagos verdes sobre lava negra. Tres gotas justas porque es veneno, de nuevo acariciando el peligro, prometiendo aventuras perturbadoras, más allá de lo imaginable. Bajó la escalera despacio. Cada escalón, una pose. Acompañada por un chimpancé enjoyado y una hermosa pantera iniciaría su estudiado descenso retando decenas de miradas para terminar posándose en la mía. Ningún hombre a su vera. ¿Por qué habría de hacerlo? Era libre, sin ataduras y en una noche sin luna deseaba elegir, solo con un gesto le lloverían los mecheros.

Pero me adelanté, encendí mi cigarrillo primero lo que me dio cierta ventaja. Se detuvo en seco propiciando un singular tête–à–tête, un pulso entre titanes. Nos acercamos hasta olernos y socarrón de mí, pude confirmar mis sospechas. En efecto, la diosa ya no era tan joven, su belleza declinaba al mismo ritmo que su fortuna. Conversamos desvelando nuestras cartas claro que yo jugaba sucio pues me guardaba un as en la manga. Llegado el momento, alcé mi extraordinaria cámara reflex con espejo de un solo objetivo y merced al destello del flashbulb, la tomé por sorpresa.  Capté su nítida imagen, el flash de bombilla detonó la chispa y un resplandor blanco intenso la cegó para iluminarle las entrañas. Tras sus pupilas dilatadas, su interior se me reveló como una veta de oro. Sus secretos, cheques en blanco. Su mente, un libro abierto. La tenía delante con el alma desnuda, a mis expensas. A pesar de las apariencias, Luisa María Casati seguía siendo una niñita ingenua. Es más, una romántica incurable.

Aún gozaba de mi golpe de suerte cuando reparé en otros ojos que me atravesaban como dagas, eran los de la pantera que custodiaba marcial a su glamurosa ama. Me había calado, lo leí en esos dos botones de hielo azul que destellaban cargados de amenazas. Y comprendí que de seguir acechando a su protegida, no me aguardaría el acero de la espada. Tanto peor, a poco que desplegara mis encantos aquel gato gigante me arrancaría la cara de un zarpazo. Y como pasados dos minutos aún seguía allí, el felino se puso en guardia. Encrespó la cola, erizó el bigote, ladeó la cabeza. Tras mirarme fijamente abrió la boca y haciendo gala de una frialdad pasmosa me enseñó los colmillos a modo de advertencia. 

El bufido que vendría después me derritió. Un puro alegado de rabia, aquel era su último aviso. Obediente, hice ademán de soltar mi precioso aparato para que estallara contra el mármol en mil chasquidos como señal inequívoca de que renunciaba a la cacería. Si bien, el azar jugó en mi contra, con el meneo que le propiné a la cámara se quebró la campana de vidrio del flash liberando polvos de magnesio que en contacto con el oxígeno del vino espumoso y el carbono que despedían las antorchas formaron de inmediato carbonato de magnesio y por ende, una grotesca forma de complicarme la vida. Ya ve, qué ironía, le debo mi debacle a un insípido polvillo blanco similar al talco que utilizan gimnastas y escaladores por su gran adherencia. Y es que me quedé pegado a la reflex con ambas manos sin poder desprenderme de ella, lo que provocó el enojo del escolta que saltó sobre mí sin pensarlo dos veces. Minusvaloré a mi anfitriona, diva histriónica donde las haya y cometí un craso error mofándome de sus excentricidades. Bajé la guardia, pensé que acorralar a tan jugosa presa sería tarea fácil. 

Ahora soy un tipo corriente, sargento. Estoy infelizmente casado con mi prima Gwen, tengo seis ruidosos hijos y paso los veranos en Loch Lommon enfundado en mis botas de agua plantando petunias descoloridas que se pudrirán en cuanto llegue el invierno. Mi sex appeal se esfumó, tras aquella vejación nunca me repuse. Ahora trabajo de carnicero como mi padre en un mercado de Glasgow, llevo una vida sencilla y en general, modélica. Salvo por algún desliz ocasional como el que hoy me ha traído a su despacho y que, a mi entender, no pasa de mera travesura. De acuerdo, juré no volver a Italia, las burbujas me producen nauseas y tengo el feo hábito de retorcer el cuello a gatos pardos en oscuros callejones, los cuelgo de un gancho de trinchar y me fumo un Embassy en su cara antes de reventarles los ojos. Pero a ver, honestamente. ¿Acaso no haría usted lo mismo si una pantera se le hubiera orinado encima frente a una fuente de champán delante de seiscientos invitados?

Me deshago de los gatos (*), lo confieso, pero solo en noches de luna nueva. Por supuesto, si no llueve. Y convendrá conmigo, sargento, en que por estas latitudes los cielos despejados son un mito, eso no pasa más que muy de tarde en tarde. Basta con asomarse a la ventana. O mejor, compruébelo en el weather forecast si no me cree. Total, dos gatos al año. Vamos, hombre, no es tan grave. Mírelo desde otra óptica, soy el héroe de los ratones.   




* NINGÚN ANIMAL SUFRIÓ DAÑOS DURANTE LA ESCRITURA DE ESTE RELATO.  
      Mela, Esther, disculpadme por este desdén a los gatos, prometo que es pura ficción.