A veces sueño que soy diminuto y así huyo de una marea
humana. Si siempre me agobiaron las multitudes,
de un tiempo a esta parte noto que me ahogan. Es entonces que despego y me
vuelvo muy pequeño, tanto que aterrizo sobre una pista de limón y me
deslizo en bañador sobre el hielo. Y lo mejor de todo,
por un rato me olvido de mi mismo. Es más, casi
no existo, Y sentirme minúsculo me reconforta. Ni viento ni frío, todo es
perfecto. Mi visión es más colorida que la pradera de los Teletubbies. Me abro paso a brazadas por un lago de chocolate pringándome
de ColaCao hasta las amígdalas. ¿Mi ropa? Impoluta. ¡Qué gracia tendría que me ocurrieran calamidades! Esquivo obstáculos en la despensa, cambio de estante gracias a una oportunísima escalera de galletas María. Asciendo la duna de sal sin
jadeos y eso que tengo asma porque nada de lo que está pasando es real. Y no me arden los pies porque tampoco es una pesadilla. Bordeo una montaña de
curry camino de la cascada del grifo y el agua resbala. Estoy en el Niágara, mi Niágara de acero inoxidable. Entonces me tienes feliz como una perdiz en la antesala del Nirvana.
No soy propenso a arriesgar, hasta ahora me he movido
siempre entre parajes conocidos. Me limité a merodear por la cocina donde
me siento cómodo. Mi finisterre es el patio. Mi máxima temeridad, saltar de
maceta en maceta sobre el poete de la ventana. Más allá, el abismo. El sol parece
tan lejano que no brilla para mí. Es cuando tomo conciencia de que me he vuelto
casi invisible pero poco importa. Tú eres mis ojos. Desde el geranio descubro el que será mi refugio de primavera. Hallo una seta, ya tengo sombrilla.
Mi compañera de juegos es Lola, la tortuga de la tienda de mascotas. Por lo
visto también anda desubicada, diría que no termina de encontrar su sitio. Le pongo una
cinta en la frente, si grito acelerará el paso. Vendrá y se convertirá en ninja.
Incluso en el paraíso has de cubrirte las espaldas, soy extraordinariamente
precabido. Las orugas me espantan. No tanto como el mañana que me aterroriza.
De sobras te conozco, te mueres por protegerme: “Cómo te caigas dentro de una
lata de atún en escabeche, vas listo” o “Si te arrastra el torbellino del
inodoro lo tienes crudo”. Pues mira: Crudo, lo que se dice crudo, va a ser que
no. Para empezar, el atún viene
enlatado. Peligros, asumo pocos. Si me apuras, aventuras las justas y previamente atando
cabos pues odio los imprevistos. Mejor calla, no digas nada y limítate a
escuchar. Hazme caso, desde allí abajo todo es grandioso. Etéreo. Sublime. El tiempo se
detiene y los olores se magnifican. Mi sola ilusión... Aunque tampoco espero que
lo entiendas.
Tuve un mentor de niño, tantos sábados con Maya y su sueño recurrente de
escapar de la colmena. ¿Dije sueño? Mentí. No llego a dormir, viajo despierto.
Y sé bien lo que hago, no me creo pájaro como Birdy ni me imagino a 6 patas tras
el escarabajo de Kafka. Pero sí de
copiloto con Jonás y su ballena o de polizón con el Capitán Nemo. Ay, si se me
llevaran bajo el mar me empaparía el silencio. Pero abordo solo hay sitio para
criaturas legendarias, seres extraordinarios. Y yo ¿qué aportaría? Nada. Con lo
que volvemos al principio: El submarino amarillo partiría de nuevo sin mí. Otra
bofetada, mejor desisto. Por eso es que perfilo un mundo a mi medida ¿tan malo
es? Voy a mi rollo y no molesto. Me evado, floto ingrávido cada vez más lejos.
El horizonte me tienta, deseo volar a cielo abierto. Ya, ando jugando con
fuego. Podría cruzar la línea, esa que separa el delirio de la cordura. La rozo
con la yema de los dedos. ¡Y qué! si doy el paso. Solo tú me echarás de menos.
Lo que explica mi decisión: ¿Por qué tú? Aún me ves. ¿Qué espero de ti? Muy
sencillo: Ponte en mi lugar, solo un momento. Por si voy más allá y acaso me
pierdo.