miércoles, 11 de abril de 2012

Atravesando los bosques de kelp

Ahora mismo cogería el transbordador rumbo a Isla Catalina desde Long Beach o desde San Pedro. Bueno, mejor en otoño cuando las aguas estén más tranquilas y cálidas. Y una vez allí pasear a pie, en bicicleta o a caballo…


Sus bosques fueron refugio de zorros, ciervos y búfalos y hogar para los indios del suroeste que adoraban al sol, luego llegaron los rancheros con sus reses y más tarde rondarían sus playas los contrabandistas… Todos ellos, en mayor o en menor medida, pertenecían a esa tierra y harían de ella su hogar en comunión con la vida salvaje.


Huellas y más huellas, el tiempo pasaba al sur California discretamente dejando su inequívoco rastro en aquel pequeño paráiso, pero no fue hasta 1919 cuando se dio a conocer Isla Catalina como lugar de ocio y recreo.


Y es que William Wrigley junior, heredero de la dinastía propietaria de los chicles Wrigley, compró participaciones mayoritarias de la Santa Catalina Island Company y comenzó a transfomar la isla en un lugar de ocio y descanso para la élite norteamericana.



Se construyó un gran casino, grandes hoteles y bungalows. Se engalanaron las calles de Avalon para ofrecer confort y bienestar al forastero... Ya nada sería lo mismo. Vendrían las luces de neon y los coches caros que inhundarían aquel paraje natural de música, refrescos, cócteles y multitudes despistadas y sonrientes.



Sin embargo, el mayor tesoro de Santa Catalina aún permanece intacto, se trata de otros bosques, ocultos al paseante que no se ven a simple vista ya que los guarda el océano lejos del lujo, las fiestas y tantas miradas indiscretas.



Bajo las aguas frescas y claras del Pacífico, el lecho marino desciende súbitamente desde la orilla hasta los 30 metros de profundidad donde prolifera un bosque de kelp Gigante de algas tan altas y frondosas que parecen árboles.
UN MOMENTO! Antes de seguir... ¿de veras cuento con tu complicidad? Vale, a partir de aquí bucea conmigo y te diré todo lo que sé.



Vayamos mar adentro, no temas pues no se trata de una maraña impenetrable de algas, nos aguarda un mundo submarino de fácil acceso que sobrecoge al buceador con su singular belleza:


Las plantas pueden llegar a la superficie desde los 30 metros de profundidad pero como se encuentran espaciadas, queda suficiente espacio para permitirnos nadar entre ellas. La luz del sol penetra fácilmente entre azules, verdes y amarillos y rojos, bañándolo todo en destellos de plata, fruto del reflejo de sus rayos sobre las escamas grises de los peces…


Sumérgete y disfruta, la experiencia de nadar atravesando el bosque de Kemp solo es comparable con el placer de volar sobre una selva tropical y resulta inolvidable. Sobre el fondo arenoso y entre frondosas ramas mecidas por el propio mar prolifera la vida marina:


Castañuelas Garibaldi de naranja intenso, rayas murciélago, focas, leones marinos, feos e inquisitivos meros, lábridos de roca y cabeza de oveja, señoritas y animados bancos de barracudas que merodean en multitud mientras entre pináculos de piedra bañados en hidrocoral púrpura se asoman cangrejos, langostas, estrellas de mar, y pomposos nudibranquios que semejan plumeros bailones…


Todo un espectáculo de sorpresas y colorido envuelto en silencio. Nada más, solo escuchas tu propia respiración y el susurro del oxigeno que asciende divertido entre una columa de burbujas.


Pero no te confíes, son las mismas aguas que en 1930 un día de tormenta causaran el hundimiento del Valiant, el por entonces yate privado más grande del mundo… Ahora su casco descansa cubierto de abanicos de mar ahogando por siempre el glamour de los locos años 20.


Era cuando el champagne corría a raudales, desafiando la ley seca, empapando las joyas art decó más exquisitas que aún salpican el lodo con engañosos brillos traslúcidos.

¿Buscarlas? Sería inútil, no las encontrarías, ahora pertenecen al mar caprichoso que las luce presumido en las tardes de otoño guardándolas de la oscura vanidad hasta el fin de los días.

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