miércoles, 21 de marzo de 2012

Adiós a las Ondinas y otros temores del Marinero

En los tempranos días de la navegación, cuando los barcos se mantenían a flote a duras penas y sus velas viraban caprichosamente a expensas de los fuertes vientos, muchos lobos de mar llevaban un talismán colgado del cuello al que se aferraban en la tormenta confiando asimismo en todo tipo de supercherías con tal de no naufragar.


Si bien durante las largas travesías solían revolotear por cubierta pollos y gallinas a la espera de servir de manjar, jamás se hallaría entre ellos un conejo vivo pues su sola presencia presagiaba la tragedia en altamar.

Se pensaba que los percebes que nadaban a la vera de los barcos eran capaces de transformarse en ciertos pájaros… ¿Cómo sino podría un ave aparecer sin más en medio del océano sin poder volar desde la remota orilla?

En las tabernas los marineros relataban historias esperpénticas sobre grandes monstruos... El pulpo gigante, el calamar y las serpientes marinas eran de tal tamaño que podían volcar un barco y ahogar a toda su tripulación. Juran con una jarra de aguardiente que todo aquello ocurrió en realidad y lo cierto es que algunos de estos animales asombrosos de extraordinarias dimensiones han sido descubiertos siglos después en las profundidades.

Creían que las ballenas originaban torbellinos capaces de succionar un velero entero hacia fondo de las aguas más profundas y que si navegaban con una mujer abordo cesaría el soplido del viento y se tornaría el mar calmo, habiendo de replegar las velas en medio de ninguna parte… Por el contrario si un gato negro se apostara a relamerse las patas sobre la cubierta de un barco apostado en el muelle, los fuertes vientos, incluso el temido huracán azotaría la embarcación durante la próxima travesía.

Aquel que portara un anillo en su meñique tenía facultades portentosas, si el aro le deja marca entorno al dedo, entonces su portador no es otro sino un “mago del viento” capaz de controlar hasta las más fuertes ráfagas.
¿Y qué había detrás del horizonte, allá donde se confunden los azules?


Algunos auguraban que la tierra se termina en un enorme precipicio, otros que allí se hallaba la tierra del diablo. En cualquier caso, todo aquel que navegara más allá de Finisterre se exponía a la muerte segura… También cuentan que hay un reino bajo el “Mar de los Sargazos” oculto entre las algas, donde vive el rey Neptuno con sus hijos. Y qué decir del canto hechicero de la sirena-ondina... Si algún estúpido marinero osara acercarse lo suficiente, a buen seguro que no regresaría.

Así el navegante levaba anclas disponiéndose a partir hacia el mar inmenso valíendose tan solo de imprecisos mapas bajo el sol y las estrellas sin la certeza de si el viejo cascarón conseguirá arribar a puerto o lo engullirán airadas olas...


Por suerte, todo cambiaría con el manejo de la Brújula, el astrolabio y el uso del Sextante que se consagrarían como instrumentos de navegación.





La brújula era originariamente una cajita de madera de boj con una aguja imantada en el centro fijada a un eje por un extremo que la permitía girar sobre sí misma señalando en el horizonte un mismo punto cardinal, siempre en dirección al norte.



Nos dice Giordano de Pisa, al conocer tan extraordinario descubrimiento:

"...oriéntate como la estrella, que orienta a los navegantes que oteando la señal, se orientan con ella, de donde ella es el imán. El imán parece una vil piedra, pero valiosísima para el marinero, y sería mejor que se perdiera la piedra de la esmeralda que ella..."



Fueron los marineros de la ciudad de Amalfi, en Campania, quienes difundieron el uso de la brújula por el Mediterráneo en sus viajes hacia Siria y Egipto, entre los siglos X y XI, con motivo de las Cruzadas.

El pensador Giovanni da Buti, verso en los más diversos artefactos, la describe así:

"Los navegantes tienen una brújula en el medio de la cual está empernada una ruedecilla de papel que gira sobre dicho perno. Pues esa ruedecilla en una de sus puntas está pintada una estrella, donde está clavada un punta de aguja, la cual apuntan los navegantes cuando quieren ver dónde está tramontana..."


Hasta el propio Dante quedó fascinado por tal mecanismo prodigioso "...una aguja imantada que se dirige sin demora hacia la estrella polar..."


Y es entonces cuando el navegante, sintiéndose por vez primera dueño y señor del ancho mar, se propone la temeraria aventura de abordar los océanos sin temor a fantasías ancestrales (ilógicas, que no ridículas) que aún hoy nos recuerdan lo aterrador que resulta adentrarse a ciegas en medio de lo desconocido.

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