sábado, 10 de marzo de 2012

Le Grand Cafe, cuna del cinematógrafo

En los cafés de Paris se charlaba y se jugaba. No había local que se precie que no tuviera juegos de mesa, naipes y al menos una mesa de billar. Era una especie de club accesible a todos a cambio de una taza de café se podían pasar horas hablando, escribiendo, jugando a las cartas, recibiendo el correo y devorando periódicos y revistas. No siempre la conversación era culta, a veces se chismorreaba. Encrucijada de todo tipo de gentes... y así sería durante décadas hasta el triunfo de la radio.

Llegado el momento, de entre todos ellos los hermanos Lumiére eligieron Le Grande Café, en Boulevard des Capucines nº 14, para el Gran Evento. Descartaron Le Follie Vergére porque buscaban un local íntimo, no carente de glamour y con reducidas dimensiones. Fue allí donde creyeron encontrarlo y por eso en el Salón Indio de Le Grand Café tuvo lugar la primera sesión pública de una proyección cinematográfica.

La invencion de los hermanos Lumiére era anunciada por un sencillo cartel colgado sobre la fachada del edificio Art decó e intrigaba a todo aquel que pasaba... A 20 pequeños escalones les aguardaba una experiencia prodigiosa que terminarían por contemplar más pronto o más tarde pero no sería entonces.

En aquella primera ocasión fueron pocos los que se deleitaron ante el chorro de luz que emanaba de esa máquina endiablada con mecanismo de polea provista de cintas, ruedas y una especie de gran linterna que lo inhundaba todo con su luz blanca y cegadora.
Se proyectaron 10 maravillosas secuencias, que se sucedieron sobre la pared una tras otra... entre ellas, las emblemáticas cintas de La Sortie des usines Lumière y L'Arroseur Arrosé. Y así, en medio de la más absoluta oscuridad, nacía el cinematógrafo.

Lamentablemente tan solo 35 personas estuvieron presentes y eso que en la puerta del local una mujer diminuta se afanaba por anunciar que la entrada costaba apenas 35 francos... Sería un acto discreto, pero un comienzo al fin de al cabo. Tamaña ironía, a la próxima función acudirían los parisinos en oleadas.


Georges Mèliés, que por entonces regentaba un estudio fotográfico en París sería uno de aquellos pocos afortunados que acudieron al estreno y describió la escena de la siguiente forma: "Aunque al principio el ambiente era de gran escepticismo, cuando los espectadores vieron moviéndose los carruajes por las calles de Lyon, quedaron petrificados boquiabiertos, estupefactos y sorprendidos más allá de lo que puede expresarse".

Él mismo quedaría tan fascinado por el invento del cinematógrafo que pronto se convertiría en un pionero del séptimo arte dando rienda suelta a su ingenio y fantasía.
Y es que en aquella fría tarde del 28 de diciembre de 1895 Le Grand Café sería testigo de un acontecimiento extraordinario.

"No es un café, sino un templo. Se diría que entra uno en un palacio encantado de Las mil y una noches. Es tan hermoso que aturde a la imaginación más brillante, es tal su esplendor que da vértigo. Uno se queda pasmado al ver cómo el lujo y el arte lo dan todo de sí , hasta el límite de sus posibilidades" - escribiría un periodista del diario matinal Le Temps, prendado de sus encantos.

2 comentarios:

  1. Precioso post y muy oportuno, ya que enlaza perfectamente con la estupenda película Hugo de Martin Scorsese. Qué magia hubo de experimentarse en Le Grande Cafe durante la proyección! Carruajes en movimiento por las calles de Lyon! Vraiment incroyable :-)

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  2. Pensar que pasaba la gente por el Boulevard des Capucins sin reparar en lo maravilloso que allí acontecía... ojalá juguemos bien nuestras cartas y saboreemos cada instante delicioso, de esos que el azar caprichosamente nos brinda a diario, por sencillo que sea. Gracias, anónimo, por tan magnífico apunte cargado de entusiasmo.

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