martes, 11 de octubre de 2011

Delirios del Rajastán





En junio de 1947 mientras el último virrey de la India británica iniciaba la cuenta atrás hacia la independencia, los funcionarios del Departamento Político en Nueva Delhi prendían fuego a una enorme pila de documentos relacionados con príncipes y gobernantes de los Estados nativos indios: los maharajás, los khans y otros dirigentes locales. Aquella hoguera era el reflejo inequívoco del cese de la protección de que habían gozado los príncipes indios bajo el poder británico que entonces tocaba a su fin.


Así, el nabab de Junagadh organizaba elaboradas ceremonias nupciales para sus cientos de enjoyados perros con pedigrí.



El maharajá Jai Singh de Alwar empleaba viudas como cebo en la caza del tigre, pero siempre abatía al animal antes de que las atacara. Poseía un automóvil Manchester chapado en oro en el que a su muerte, fue conducido sentado por las calles de Alwar.
El maharajá de Bharatpur llevó a la quiebra a su Estado a base de organizar gigantescas cacerías de patos y de comprar docenas de Rolls-Royce para convertirlos en puestos de tiro.



El maharajá Bhupinder Singh de Patiala coleccionaba docenas de esposas y concubinas, mantenía unos tres mil quinientos servidores.Tal era su bula que durante un té comió tres pollos.

El madhav Rao Scindia de Gwalior tenía su propia vía férrea: su segundo ferrocarril corría sobre la mesa de la cena: un trenecito de plata que transportaba cigarros y vino.

Mir Osman Ali, décimo nizam de Hyderabad, apilaba montañas de lingotes de oro, diamantes y perlas, rupias de plata. Se dice que se le regalaron trescientos coches y que usaba el famoso diamante Jacob como pisapapeles.









Sin embargo ninguno de aquellos fastuosos príncipes superó en lujos al maharajá bhupinder singh de Patiala tristemente conocido por sus correrías sexuales y por sus partidos de criquet bastante singulares en el palacio de Chail en alguno de los cuales todos los hombres tenían que vestirse de mujeres. El gigantesco maharajá apareció vestido de monja. El maharajá llevaba un estilo de vida acaudalado y era propietario de 27 Rolls-Roice y un centenear de otros coches.


También disfrutaba enormemente como coleccionista de las joyas más espectaculares del mundo. En una ocasión compró un lote de regalos en Finnegans y su compra, guardada en maletas cubrió la totalidad del 5º piso del Ritz, incluidos los pasillos.


Y es que la riqueza desmedida, los privilegios y el poder sin responsabilidades, no eran sino resultado del papel de títeres al que les habían reducido los británicos les abocaron en muchos casos al fetichismo y a la extravagancia.

4 comentarios:

  1. Nunca temas a las sombras, sólo son el indicio de que en algún lugar cercano hay una luz resplandeciente. Enhorabuena por la pasión de tus historias!! Alguien dijo una vez: "Somos aquello en lo que creemos". Tu fan, siempre.

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  2. Gracias,Isel. Seguiré rebuscando esas historias fugaces que aguardan dormidas en alguna parte, las más auténticas. Besos.

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  3. Qué interesante. Afuera cae un pequeño diluvio y yo leo esta entrada de 2011 sobre los desvaríos de los marajás indios. Resulta extrañamente coherente.

    El relumbrón de sus fiestas nos lleva destellos hasta el día de hoy. A veces la realidad supera a la fantasía.

    Besos
    Ismael

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    1. Hola, Ismael, has dado con la primera entrada del blog, el génesis de LloviendoHistorias, al principio me limitaba a contar hechos reales y poco a poco fui haciéndolos míos.
      Así es, los lujos y excentricidades del Rajastán en sus últimos días fueron delirantes, rayando en lo imposible. No eran sino los últimos coletazos, me da mucha pena ver cómo tanta fastuosidad contrasta con unos reinos en plena debacle histórica.

      Un beso.

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